Enciclopedia de la Literatura en México

Guillermo Fernández

Nació en Guadalajara, Jalisco, el 2 de octubre de 1932; muere en Toluca, Edo. de México, el 30 de marzo de 2012. Poeta y traductor. Estudió Literatura en la unam y Filología Toscana Antigua en Florencia. Su labor como traductor de literatura italiana es ampliamente reconocida; destacan las traducciones de clásicos como Dante Aligheri y Boccaccio, así como de autores italianos contemporáneos: Cesare Pavese, Dino Buzatti, Mario Luzi, Italo Calvino, Leonardo Sciascia, Pier Paolo Passolini, entre muchos otros. Realizó numerosas compilaciones para la colección Material de lectura, de la unam. Colaborador de Diálogos, El Día, El Heraldo de México, El Nacional, Excélsior, La Palabra y el hombre, Novedades, Plural, Siempre!, Unomásuno, Semana de Bellas Artes, Casa del tiempo y Revista de la Universidad de México, entre otras. Condecoración de la Orden al Mérito de la República Italiana, en grado de Caballero, en 1997, por su labor como difusor de la cultura italiana. Creador emérito del snca del fonca. Premio Jalisco de Literatura 1997. Premio Juan de Mairena 2011, de la ug.

Realizó estudios de Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Se interesó por el estudio de la lengua italiana y su literatura. Vivió un año en México y otro en Florencia, entre 1976 y1983 para perfeccionar su conocimiento de la lengua italiana y sus habilidades como traductor. Cursó estudios superiores de Lengua Italiana y de Filosofía del Trecento en la Università degli Studi di Firenze. Simultáneamente investigó sobre literatura italiana al lado de Piero Bigongiari y Mario Luzi, catedráticos de dicha Universidad. Su actividad profesional se desarrolló en varias vertientes, como director de la Biblioteca de la Escuela Nacional Preparatoria número 6, “Mascarones” (1963-1967); y como director creativo en algunas agencias publicitarias. Fundó y dirigió el suplemento “Las Ventanas” del semanario Guía (Zamora, Michoacán) en 1975; al año siguiente fue codirector de la Editorial La Máquina Eléctrica. Fue corresponsal de la Revista de la Universidad, en Italia (1977). Sus primeros poemas aparecieron en la revista Parva, de la Organización Internacional de Cultura, financiada por la Secretaría de Relaciones Exteriores (sre); y después en el suplemento de Ovaciones (1963). Publicó poemas en “El Gallo Ilustrado”, “La Semana de Bellas Artes”, “La Cultura en México”, Los Universitarios, Sin Embargo y en otras publicaciones. Como traductor se inició en la Revista de la Universidad (1974); desde entonces sus trabajos están en revistas de la unam y su la colección Material de Lectura. Escribió para Casa del Tiempo, “Sábado” y “La Cultura al Día”, en donde creó la columna “Itálicas”. Se dedicó a la traducción en forma independiente.

La producción literaria de Guillermo Fernández García se concentra en la creación poética y la traducción en un acto complementario y de continuo aprendizaje. Su poesía es autobiográfica, cargada de ironía, amargura y de la búsqueda de sí mismo en la soledad. Con acierto Sandro Cohen dice que en la obra de Guillermo Fernández “...vuelve a aparecer el hombre que vive en dos planos simultáneos: uno, de la infancia poblada de fantasmas y evocaciones simbólicas y otro, de una cotidianeidad gris y hostil dentro de la cual el autor busca un sentido que le sirva de asidero en un mundo que de repente se encuentra a la deriva”. El asidero en la zozobra reúne poemas de libros ya publicados y algunos hasta entonces inéditos, dándonos un panorama amplio de su evolución creativa. Mientras que sus poemas se publican esporádicamente, sus traducciones le dan presencia continua en revistas y suplementos culturales. Sin incursionar propiamente en el ensayo, complementa sus traducciones con breves notas sobre el autor y su obra. Su trabajo constante sobre la literatura italiana nos da una visión amplia de ésta, redondeada en Tras el paisaje, edición bilingüe que reúne algunas obras de poetas italianos nacidos entre 1901 y 1921. Guillermo Fernández murió de forma violenta.

Jorge Mendoza Romero
11 dic 2019 20:10

Guillermo Fernández, poeta y traductor del italiano al español. Nació en Guadalajara, Jalisco, el 2 de octubre de 1932, y falleció en Toluca, Estado de México, el 30 de marzo de 2012. A partir de 1976 y luego de pasar cinco años en Italia –de los cuales vivió la mayoría en Florencia–, se dedicó a profundizar el conocimiento de la lengua y la cultura de aquel país, esfuerzo que lo llevaría a convertirse en el mayor traductor de la literatura italiana con que ha contado el espacio literario de México y, muy posiblemente, la lengua española en la segunda mitad del siglo xx. En reconocimiento a su incansable trabajo de difusor de la italianística, recibió la Orden al Mérito de la República Italiana en el grado de comendador en 1997.

Tradujo poesía, cuento, novela, biografía y ensayo hasta configurar una biblioteca personal de la literatura italiana. Sobresalen las traducciones de la poesía de Cesare Pavese, Eros Alesi, Mario Luzi, Dino Campana o Valerio Magrelli, aunque se vuelve imposible resumir una labor que, según han señalado algunos, suma la traducción de más de 20,000 cuartillas de poesía italiana, diseminadas en publicaciones periódicas y condensadas en libros unitarios y antologías. Misma situación plantea el cúmulo de narraciones trasladadas al español entre las que se pueden mencionar Los Prometidos de Alessandro Manzoni o La conciencia de Zeno de Italo Svevo, y obras cumbre del relato breve como El Decamerón de Boccaccio. Cuando se encontraba en el punto más alto de su actividad, publicó versiones de las obras biográficas de Vasari y Cellini al tiempo que conformaba un recorrido por el ensayo italiano a través de los libros de crítica literaria de Croce, Ungaretti, Montale, Pasolini o Magris, editados en la década de los noventa.

Una manera de calibrar la importancia de sus traducciones consiste en advertir los efectos que tuvieron sobre el paisaje editorial de México durante las dos últimas décadas del siglo pasado y en la primera del actual. En este periodo desempeñó un papel protagónico al conformar y consolidar un espacio para las letras italianas en la cultura editorial de la lengua de llegada. Si no en el mundo académico, sí en el de los lectores, Guillermo Fernández volvió un hecho común la presencia de las letras italianas en las colecciones que, con propósitos de divulgación de las literaturas centrales, se han creado en el país: Nuestros Clásicos, Poemas y Ensayos, Cien del Mundo, Material de Lectura, Molinos de Viento, El Puente o la Biblioteca del Universitario. El estrecho vínculo entre sus traducciones y los catálogos de las ediciones institucionales, se afirmó cuando en la última década de su vida fundó y dirigió La Canción de la Tierra, colección destinada a los textos raros, soterrados, imprevisibles, que se han originado en Italia y en otras tradiciones vecinas.

 

La primera etapa en la vida de Guillermo Fernández transcurrió en el occidente del país (Jalisco y Michoacán, principalmente), además de que incluyó recorridos por distintas regiones de la república tanto por vía terrestre como por vía marítima en la costa del Pacífico. En este tiempo el poeta y traductor tramó el vínculo con las dimensiones del arte que determinaron su existencia: la música, la poesía y, a través del encuentro con la Divina comedia, las letras italianas.

En 1959, llegó a la Ciudad de México. Luego de emplearse en oficios alejados de las tareas intelectuales, se convirtió en bibliotecario de la Preparatoria 6 de la unam.[1] En la capital se vinculó con escritores de distintas generaciones, allegados a periódicos, editoriales, espacios culturales o que se encontraban viviendo en el país en calidad de exiliados. Conoció a Efraín Huerta, Alí Chumacero, José Luis Martínez, Juan José Arreola, Jesús Arellano, Jaime Sabines, Rubén Bonifaz Nuño, Abigael Bohórquez, Augusto Monterroso o Carlos Illescas. Entabló amistades con los poetas que, como él, se encontraban alrededor de los treinta años: Enriqueta Ochoa, Eduardo Lizalde, Thelma Nava y Juan Bañuelos, entre otros. No obstante fue Carlos Pellicer la figura que más influiría en sus actitudes vitales y estéticas. Por otra parte fueron el tabasqueño José Carlos Becerra y el chiapaneco Raúl Garduño quienes se convirtieron en sus amistades más íntimas. Con ellos puso al día sus lecturas de poesía contemporánea y trabajó, a modo de taller literario, sus poemas.[2]

El primer tomo de versos de Guillermo Fernández, Visitaciones (1964), y el segundo, La palabra a solas (1965), aparecieron en los espacios editoriales que animaban desde la autogestión los escritores que había conocido a su llegada a la Ciudad de México. El primero, en Mester, brazo editorial del taller literario de Juan José Arreola al que asitía Fernández[3] y, el segundo, en Pájaro Cascabel, proyecto gemelo de la revista del mismo nombre, dirigido por Thelma Nava.

A mediados de los sesenta, se trasladó a la ciudad de Cuernavaca en donde se desempeñó en el cargo de bibliotecario del Centro Intercultural de Documentación por espacio de un año bajo las órdenes de Iván Ilich a quien calificó como el único genio que había conocido en toda su vida.[4] De regreso a la Ciudad de México comenzó a trabajar en la agencia de publicidad Noble y Asociados, donde también se encontraba Fernando del Paso, y después se incorporó a la agencia Doyle, Dane & Bernbach, en donde alcanzó la posición de director creativo y trabajó junto a José Carlos Becerra.[5] Este empleo le permitió vivir de manera desahogada a lo largo del primer lustro de los años setenta. En 1973 apareció su tercer libro de poesía, La hora y el sitio.

A comienzos de 1975 abandonó la Ciudad de México para establecerse en Zamora, Michoacán, y, en diciembre de este mismo año, decidió viajar por primera vez a Italia para aprender la lengua y dedicarse de tiempo completo a la traducción de la literatura de este país.[6] Llegó a Roma en los primeros meses de 1976 con el propósito de reunir y traducir una antología de poesía italiana del siglo xx. Luego de visitar Holanda, de conocer varias ciudades italianas y de haber cruzado el Adriático para adentrarse en Grecia,[7] se instaló en Asís. En esta ciudad, el sueldo que recibía en el Centro Ecuménico Nórdico, en donde cumplió tareas de secretario, le permitió entregarse a la lectura y traducción de la lírica italiana.[8]

A partir de 1977 vivió un año en México y otro en Italia, hasta 1984. Eligió Florencia para residir porque en aquella ciudad vivía Mario Luzi, el poeta más admirado por Fernández en aquel entonces.[9] Trató personalmente a Luzi, Eugenio Montale, Luigi Malerba, Attilio Bertolucci, Elsa Morante, Natalia Ginzburg o Alberto Moravia, entre otras figuras de la literatura italiana de la época,[10] mientras el proyecto de la antología avanzaba y crecía hasta alcanzar cerca de 1500 cuartillas.[11] De manera paralela, en las temporadas que regresaba a México, publicó algunas traducciones en revistas y suplementos, en las series de la colección Material de Lectura de la unam y en las ediciones de la uam. En 1983 apareció Bajo llave, otro libro de poemas de su autoría.

Luego de los años florentinos (1978, 1980, 1982 y 1984), en el último de los cuales se convirtió en corresponsal de la Revista de la Universidad de México gracias a la intervención de Hugo Gutiérrez Vega,[12] regresó definitivamente a México en 1985. Instalado en la colonia Roma, conoció a Sergio Pitol quien lo animó a seguir el camino de la traducción, le proporcionó algunos consejos sobre el oficio y lo recomendó con la Imprenta Universitaria en donde fueron publicadas con asiduidad las traducciones de Guillermo Fernández.

Tras el terremoto del 19 de septiembre de 1985[13] emigró a la ciudad de Toluca  en donde pasó los años más productivos de su actividad intelectual. En su nueva residencia, se entregó febrilmente a la traducción, ayudó a consolidar las actividades de la ciudad letrada con talleres de poesía y de traducción, ejerciendo un generoso magisterio,[14] mantuvo por casi veinte años la columna “Italia en La Colmena”, publicó el poemario Exutorio (1993)[15] y dirigió La Canción de la Tierra hasta que, víctima de un crimen aún irresuelto, le arrebataron la vida.

 

Quizá una de las aportaciones más significativas de Guillermo Fernández radique en que creó un espacio de inteligibilidad no sólo para obras y autores específicos sino para la italianística en el país.[16] Si se pone atención únicamente al trabajo que tuvo como destino la publicación en libro, sus traducciones pueden ser organizadas en virtud de las épocas, los géneros literarios y los autores procedentes de los textos originales en italiano; colecciones editoriales que contribuyó a alimentar, es decir, a la dinámica de la cultura de la lengua de llegada. De este modo, se advierte que la consolidación de las ediciones universitarias de la capital o institucionales del Estado de México, sobre todo, corre pareja con el aumento en la producción de Guillermo Fernández como traductor a lo largo de los últimos cinco lustros del siglo pasado. A tal punto que, a partir del año 2000, las posiciones de traductor y editor convergen, cuando Fernández fundó y dirigió La Canción de la Tierra, colección auspiciada por el Instituto Mexiquense de Cultura y editada por el poeta Félix Suárez.[17]

Compuesta por volúmenes de no más de cuarenta páginas, Material de Lectura es la primera colección editorial en la que de manera sistemática colaboró Guillermo Fernández desde finales de los años setenta. Primero como autor de la nota introductoria de la poesía de Carlos Pellicer,[18] eventualmente como autor del volumen dedicado a su propia obra[19] y de manera protagónica como traductor. Representan estas traducciones una suerte de lugar de transición entre las aparecidas en revistas durante los años anteriores, limitadas a unas cuantas páginas, y las publicadas en los años noventa que se caracterizan por ser muy extensas.

De acuerdo con el género literario a que están dedicadas las dos series de Material de Lectura (poesía y relato) es que pueden aquilatarse las aportaciones de Guillermo Fernández. En relación con la Serie Poesía Moderna, fue trazando un panorama de las producciones poéticas del siglo xx posteriores a las vanguardias. Comenzó con una selección de la lírica de Cesare Pavese (ca. 1978), a la que siguieron breves antologías de Pier Paolo Pasolini (ca. 1980), Michelangelo Coviello, Milo De Angelis, Valerio Magrelli y Gino Scartaghiande –reunidos bajo el título de Cuatro poetas jóvenes italianos (1984), Mario Luzi (1990) y Eugenio Montale (1991). En cada caso el traductor situaba las coordenadas estéticas de las que partieron los poetas para conformar su obra.

El espacio que Guillermo Fernández abrió para el relato breve italiano en la Serie El Cuento Contemporáneo recoge ocho voces, algunas de ellas fundamentales, del arte narrativo del siglo pasado: Giovanni Verga (1982), Italo Calvino (1982), Dino Buzzati (1983), Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1985), Vitaliano Brancati (1985), Leonardo Sciascia (1985), Alberto Moravia (1987) y Alberto Savinio (1991). En el caso de los tres penúltimos títulos de estos autores, debe resaltarse que, en la trayectoria de Fernández, toma sitio una división del trabajo intelectual ligado a la traducción literaria, ya que hasta entonces se había ocupado tanto de traducir como de presentar a los autores. Sin embargo, a partir de este momento y de manera dominante en relación con obras narrativas, comienza a compartir el paratexto de las presentaciones, las introducciones o los prólogos. En estos casos, con Goffredo Belonci, Federico Campbell y Mariapía Lamberti, respectivamente.[20]

Si la serie de poetas traducidos y publicados en Material de Lectura conformaron de manera acumulativa un panorama de la poesía italiana del siglo xx, en contraste, con Tras el paisaje. Antología de poesía italiana (1984, incluida dentro de Molinos de Viento de la uam),[21] el traductor puso en marcha un plan de selección a partir de un criterio cronológico. Reunió a seis poetas nacidos entre 1901 y 1921 –Lucio Piccolo, Sandro Penna, Antonio Rinaldi, Piero Bigongiari, Andrea Zanzotto y Bartolo Cattafi– y, gracias a que se trata de una edición bilingüe, con este volumen se puede profundizar en las estrategias de traducción y el posicionamiento traductológico de Guillermo Fernández durante la época. También en edición de esta universidad, dentro de “Molinos de Viento. Serie Ensayo”, apareció la primera e íntegra traducción de Sobre la poesía (1993) de Eugenio Montale, correlato crítico en que el poeta analiza la obra de varios de los poetas previamente vertidos al español por Fernández.

Pese a no tratarse de una obra literaria, un punto de quiebre en la trayectoria de Guillermo Fernández fue la traducción de El mundo mágico (1985) del antropólogo Ernesto de Martino, editada también por la UAM. En este trabajo reconoce que entregó a la imprenta su primera traducción en toda la extensión de la palabra,[22] misma juicio que le mereció la de La divina comedia: Trece cantos de “El Infierno” de Dante Alighieri y otros textos (1981), realizada a encargo de Guillermo Samperio para la Secretaría de Educación Pública, y que apareció coeditada por editorial Trillas en una colección con propósitos pedagógicos, Los Clásicos de la Literatura.[23] En este mismo conjunto debe mencionarse la traducción de un libro que se encuentra con un pie en la literatura y otro en el pensamiento político, Aforismos políticos y civiles (1985) de Francesco Guicciardini (autor contemporáneo de Maquiavelo), razón por la cual apareció en la colección Textos de Ciencias Sociales de la unam.

Después de haber conseguido plasmar parcialmente la antología de poesía italiana proyectada desde los años en que vivió en Florencia, Guillermo Fernández abandonó las visiones de conjunto y revisitó con amplitud la obra de algunos poetas. Esta manera de acercarse a la poesía italiana había comenzado a principios de la década y encontró resonancia tanto en un proyecto universitario como en uno privado. El primero, Poesie/Poemas (1981) de Eros Alesi, presentaba en México, dentro de las ediciones de la joven Universidad Autónoma Metropolitana, el puñado de poemas de quien amó la morfina y se suicidó en 1971 a los veinte años de edad. Por su parte en El Tucán de Virginia vieron la luz en 1990, Poemas de Valerio Magrelli,[24] dentro de la colección La Vita Nuova, y Canti orfici/Cantos órficos de Dino Campana, dentro de la colección Los Bífidos. La complejidad hermenéutica del libro de Campana fue expuesta por Sergio Solani en un prólogo mientras que Mariapía Lamberti revisó la traducción, con lo cual se agregó una nueva dimensión al trabajo colaborativo entre el traductor y la especialista.

Lugar aparte ocupan las traducciones de Mario Luzi, Bartolo Cattafi y Cesare Pavese. Con la del primero, En la obra del mundo (1995), edición de la Universidad de Guadalajara, Guillermo Fernández consiguió agrupar en un volumen antológico poemas de casi todos los libros publicados hasta entonces por Luzi, depositario de la gran admiración que el traductor le profesó a lo largo de los años.[25] Con los tomos dedicados a Cattafi y Pavese, ayudó a crear y consolidar El Puente, una de las colecciones más sobresalientes de la unam fundadas en los años noventa, por cuanto puso en primer plano y está exclusivamente dedicada a la traducción de poesía, la más compleja y debatida de las relaciones entre traducción y un género literario. En ésta aparecieron las traducciones, en ediciones bilingües, de Cattafi, En guaridas profundas (1995), con introducción de Giovanni Raboni, y de Pavese, Diálogos con Laucó (1991).[26]

Lo hasta aquí expuesto permite delinear la poética de traductor de Guillermo Fernández a través de los dos procedimientos que conformaron de forma general el cuerpo de su obra. De manera análoga al procedimiento poético de la diseminación-recolección,[27] podría decirse que, durante la década de los ochenta, la dinámica editorial le impuso esta forma de propagación y síntesis (que desde luego no va a abandonar como lo atestiguan las entregas de “Italia en La Colmena”),[28] en la medida que pasaba de las traducciones breves, aparecidas en revistas o en los materiales de lectura, a las antologías. En segundo lugar, a partir de la década de los noventa se afirma el procedimiento de la amplificación.[29] Guillermo Fernández se convirtió en maestro del oficio y emprendió los proyectos traductológicos de mayor calado al vertir de manera integral tomos de ensayo, poesía, novela e incluso biografía a partir de los autores que había descubierto previemante.

Lo anterior se despliega de modo ejemplar en los quince títulos (siete y ocho en cada caso) con los que el traductor consolidó un espacio para la italianística en Poemas y Ensayos y en Nuestros Clásicos, dos de las colecciones más longevas y emblemáticas de la unam.[30] En cuanto a la primera, con el género poético abre y cierra un ciclo que va de 1991 a 2006, quince años fundamentales en la trayectoria traductológica de Guillermo Fernández.[31] A este traductor lo acompañará el mérito de haber realizado la primera traducción íntegra de la obra lírica de Cesare Pavese a la lengua española ya que publicó la Poesía completa del piamontés en 1991 dentro de esta colección.[32]

Por otra parte, Veintidós poetas italianos. Para el bautismo de nuestros fragmentos (2006) representa la forma más acabada de la antología dedicada a la lírica de Italia que Guillermo Fernández llegó a publicar. Con prólogo de Stefano Strazzabosco, muestra lo que seleccionó como la summa de la poesía italiana que tradujo: Giuseppe Ungaretti, Dino Campana, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo, Sandro Penna, Antonia Pozzi, Cesare Pavese, Giorgio Caproni, Vittorio Sereni, Mario Luzi, Pier Paolo Pasolini, Andrea Zanzotto, Bartolo Cattafi, Alda Merini, Edoardo Sanguineti, Amelia Roselli, Maurizio Cucchi, Milo de Angelis, Giorgio Scalise y Valerio Magrelli.

Precede a la ensayística traducida para Poemas y Ensayos, la única entrega de Guillermo Fernández en el catálogo de Cien del Mundo del conaculta: Descripciones de descripciones (1995) de Pier Paolo Pasolini, con la que el traductor establece, a través de la voz heterodoxa del también cineasta, el segundo tomo de una suerte de pequeña biblioteca de crítica sobre literatura moderna desde Italia, que va a conformar junto a los siguientes títulos, únicos en la tradición bibliográfica del país: Poesía y no poesía (1998) de Benedetto Croce, El mito habsbúrgico en la literatura austriaca moderna (1998) de Claudio Magris, Ensayos literarios (2000) de Giuseppe Ungaretti, la segunda edición de Sobre la poesía (2000) de Eugenio Montale y El narrador y el crítico (2003), panorama colectivo que reunió voces selectas de la crítica literaria italiana en diálogo con las obras de autores insoslayables de la narrativa de esta tradición. Este último supone la más fructífera de las colaboraciones entre Fernández y Mariapía Lamberti. En los dos recayó la responsabilidad de las traducciones pero sólo en la especialista y hablante nativa de la lengua italiana, la de seleccionar, presentar y anotar los textos así como la de revisar la traducción.[33]

En lo que respecta a Nuestros Clásicos, Guillermo Fernández había comenzado a colaborar con este catálogo a mediados de los años ochenta con la traducción indirecta de El retorno de Casanova (1984) de Arthur Schintzler.[34] No obstante, las traducciones en la colección, propiamente ligadas a las letras italianas, se concentran en el segundo lustro de la década siguiente. Tradujo Los Prometidos (1997) de Alessandro Manzoni; tres extensos títulos de relato breve: Cuentos para un año (1998) de Luigi Pirandello, Toda la vida (1998) de Alberto Savinio y El Decamerón (2003) de Giovanni Bocaccio; así como tres volúmenes de corte biográfico: Vida de Benvenuto Cellini, florentino, escrita por él mismo (1995), Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos, escritas por Giorgio Vasari (1996) y Breve tratado en alabanza de Dante (2000) de Giovanni Boccaccio.[35] Con estas traducciones llevó al límite el procedimiento de la amplificación y, además de continuar con el transvase de obras del siglo xx, se remontó a los primeros siglos de la literatura italiana.

Ya en la doble posición de editor y traductor, Guillermo Fernández abrió una delta para conformar el catálgo de títulos italianos de La Canción de la Tierra. Si para la unam se había concentrado en los imprescindibles, con esta nueva colección bajo su mando se circunscribió al traslado de los raros entre los clásicos. A esta afortunada resolución, se debe que por primera vez se contó en lengua española con rarezas bibliográficas como el anónimo Il Novellino. Las cien novelas cortas (2000) o con otros títulos no menos soterrados: Reflexiones literarias (2006) de Giacomo Leopardi, Escritos literarios (2007) de Leonardo da Vinci, Todos los cuentos (2008) de Italo Svevo y La boutique del misterio (2009) de Dino Buzzati. Así como, en la tónica del procedimiento de la diseminación-recolección, con una nueva antología de cuento en dos volúmenes, Lighea: un siglo de cuento italiano (2007) o con la reedición de los Aforismos políticos y sociales (2009) de Francesco Guicciardini.[36]

Los cambios en el panorama editorial de la primera década del siglo xxi también repercutieron en la publicación de las traducciones de Guillermo Fernández. Los espacios editoriales se comenzaron a diversificar con la aparición de nuevas casas editoras de capital privado, la emergencia de editoriales independientes y la fundación de nuevas colecciones en las instituciones universitarias. De este modo, el creciente culto que despertó la obra de Alberto Savinio en entresiglos determinó que la ediorial Sexto Piso, surgida en 2002, le solicitara la traducción de Aquiles enamorado (2004). Se trató de la primera en toda la trayectoria de Guillermo Fernández que formó parte de un catálogo con fines comerciales. En contraparte, fueron publicadas, por un lado, su versión de Ernesto (2007), la novela inconclusa de Umberto Saba, en la editorial independiente Quimera y, por el otro, la traducción de Sobre el amor (2009) de Giacomo Leopardi en las ediciones artesanales de Taller Ditoria.

En un hecho significativo para el campo literario de México, la primera década del siglo actual atestiguó la aparición de proyectos editoriales en el interior de la república con un aire de familia. En posición análoga a la de Guillermo Fernández al respecto de La Canción de la Tierra en el Estado de México, el novelista Sergio Pitol fundó la Biblioteca del Universitario en Veracruz, como parte de las publicaciones de la Universidad Veracruzana.[37] En esta colección de clásicos, se reeditó El retorno de Casanova (2006)[38] y vio la luz La conciencia de Zeno de Italo Svevo (2009), con prólogo de Francesca Gargallo, que se convirtió a la postre en la última novela traducida por Guillermo Fernández.[39]

 

Contrario a otros de sus pares que guardan un perfil discreto, las ideas de Guillermo Fernández en torno a la traducción se encuentran a lo largo de prólogos y notas de traductor entre la gran cantidad de libros que tradujo a la lengua española. A modo de ejemplo, en el prólogo de la poesía de Mario Luzi, se menciona que muchas veces se estableció un intercambio de puntos de vista entre el poeta y el traductor, que los llevó a la conclusión de que traducir era una actividad imposible a la vez que ineludible (“lo único cierto es la necesidad de la traducción”),[40] postura reiterada de continuo entre otros practicantes del oficio, al que Fernández se apegaba con admirativa disciplina. Asimismo en sus memorias fija la posición imaginaria que revestía su práctica con respecto a la cultura y la lengua fuente, a las que se aproximaba no para servirlas sino para apropiarse de ellas y aspirar, mediante la traducción, a la coautoría de la obras que habían despertado su entusiasmo.[41]

Frente a estas ideas, también dejó algunas consideraciones sobre la adecuación a la que debe llegar el traductor para responder al estilo del texto original. En la nota de la Poesía completa de Pavese refiere:

Su lenguaje es directo, descarnado, y no desdeña los feísmos del naturalismo más crudo. He procurado, hasta donde me ha sido posible, mantener dicho ritmo y la frecuente aspereza del discurso pavesiano, desoyendo a menudo los cantos de las sirenas –propias o extrañas– que en mis anteriores acercamientos a estos poemas echaron por la borda mi trabajo de traductor. Así como un poema no se termina, sino se abandona, la traducción de un poema no tiene fin. El día de mañana podría traducir estos mismos poemas en un modo quizá muy distinto. Sea como fuere, esta vez intenté mantenerme en una posición “neutral” ante los textos, tratando de olvidar mi vieja y profunda relación con esta poesía tan entrañada y poderosamente humana.[42]

Una de las intervenciones más singulares se encuentra en la nota de Los Prometidos, en donde Guillermo Fernández reivindica la autonomía del trabajo del traductor para ir a contracorriente de la tradición y defender, en específico, la manera en que decidió cambiar el título de la obra clásica de Manzoni, ampliamente conocida en español como Los novios. Argumenta que su decisión obedeció al análisis de las correspondencias entre términos del italiano y la lengua de llegada y, sobre todo, al cambio del sentido de una palabra que, en el contexto contemporáneo, ya no alcanza a describir la fuerza de la relación de Lucía y Renzo. De ahí que se haya visto impelido a apoyarse en un significante distinto, que implica un grado mayor de compromiso, para narrar la entereza del vínculo de los protagonistas ante el acecho de las adversidades.[43] En cuanto al estilo, optó por apegarse al lenguaje de texto fuente, ciñéndose a la concepcion de la novela histórica de Manzoni, a fin de no incurrir en el anacronismo o la recreación:

Para mí la tarea del traductor es, o debería ser, la más humilde de todas las concernientes a la literatura, en la cual uno tiene la obligación moral de serle fiel al texto original hasta donde sea humanamente posible, olvidándose de las falaces “recreaciones” que, como ya sabemos, resultan a la postre tan “bellas” cuanto infieles. Deseo que mis intenciones no se hallen muy lejos del resultado final.[44]

En lo que respecta a la elección del repertorio de obras, en grado sumo se constituyó la agentividad de Guillermo Fernández como traductor. Cultivó esta independencia gracias a que con recursos propios se trasladó a Italia –donde escogió obras y autores en función de decisiones soberanas– y al estrecho vínculo con los proyectos editoriales de instituciones universitarias o del Estado. En los años ochenta y noventa, editores, directores de colecciones o jefes de publicaciones en la sep, la unam, la uam o la udg, libres de la sombra del lucro, le propusieron o le aceptaron las obras con que Guillermo Fernández conformó una cartografía de la literatura italiana en México.

Esto fue posible en buena medida gracias a que entre quienes encabezaban las ediciones ligadas a las letras en estas instituciones se encontraban los poetas Vicente Quirarte, Marco Antonio Campos (también traductor del italiano), Jorge Esquinca y Javier Sicilia así como los narradores Guillermo Samperio y Bernardo Ruiz o el crítico Evodio Escalante, es decir, pares con gustos estéticos afines.[45] Así se explica –junto a la invisibilidad crónica del traductor en México, la organización del mercado editorial en lengua española y el interés minoritario por las letras italianas durante el periodo– que fuera tan escaso el número de las traducciones de Guillermo Fernández impresas por editoriales con fines comerciales.

 

En tanto no se emprenda un estudio exhaustivo, las opiniones y valoraciones sobre Guillermo Fernández se encuentran acotadas, por una parte, a las páginas de diarios y revistas en que una cofradía de devotos de las letras italianas saludaron el trabajo del traductor y, por la otra, a los paratextos –firmados en su mayoría por especialistas de la italianística– que rodean a sus propias traducciones. Entre las primeras sobresale una de Federico Campbell de mediados de los años ochenta en que, en un gesto desacostumbrado para la época y el medio literario de México, la edición de los aforismos de Guicciardini es anunciada en el título mismo de la reseña como la “nueva traducción de Guillermo Fernández”, es decir, la novedad editorial no recayó en la aparición de la obra fuente sino en la traducción de Fernández.[46] Entre las segundas, el prólogo de la antología Veintidós poetas italianos. Para el bautismo de nuestros fragmentos, firmado por Stefano Strazzabosco (poeta y académico de origen italiano avecindado en México), pondera en tono laudatorio la impresionante cifra de traducciones de poetas italianos que Fernández destinó a los lectores del país:

[E]sta antología es, en primer lugar, la celebración del largo y cuidadoso trabajo del poeta Guillermo Fernández, de quien me gustaría decir que, empujado por una fuerza misteriosa y posiblemente sobrenatural, ha traducido más poesía italiana de la que se ha podido escribir en ocho siglos de historia; y lo ha hecho magníficamente. Si hoy en día el lector mexicano tiene la posibilidad de disfrutar los versos de estos autores, puede hacerlo gracias a la sensibilidad de este poeta que los vertió a su lengua, dedicando tanto tiempo y energía a la compleja y admirable tarea.[47]

Un cuadro completo de la travesía de este traductor por el espacio de los intercambios literarios no debe dejar de mencionar que su enorme capacidad de trabajo fue recompensada con el otorgamiento de becas por parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte en el que alcanzó la distinción de creador emérito. De este modo, hacia el final de la vida de Guillermo Fernández, se correlacionaron unas condiciones de producción óptimas y un grado de agentividad máximo, resultado de la cuantiosa inversión de tiempo dedicado a la traducción de la literatura italiana, que se reflejó en un gran prestigio, reconocido por pares y por las instituciones culturales.

 

Hasta los últimos años de su vida este traductor habitó las distintas épocas de las letras italianas para dar a conocer algunos de sus principales frutos en México. Abocado a los imprescindibles y a los raros de la lengua toscana, el legado de Guillermo Fernández invita a valorarlo a partir de la paráfrasis –hecha por José Emilio Pacheco– del consabido dicho (traduttore, traditore) que, al poner el acento sobre la lengua y la cultura de llegada, ya no califica al traductor de traidor, sino de traedor. Éste es Guillermo Fernández: un gran traductor, un gran traedor de literatura.

 

Referencias

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Traducciones

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Traducciones no literarias

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Instituciones, distinciones o publicaciones


Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino
Fecha de ingreso: 2010
Fecha de egreso: 2010
Jurado

El Gallo Ilustrado. Literatura. Ciencias. Artes Plásticas. Teatro. Cine.
Colaborador

Los Universitarios
Colaborador

Revista de la Universidad de México
Fecha de ingreso: 1974
Fecha de egreso: 1974
Traductor

Casa del Tiempo
Colaborador

Sábado. Suplemento del periódico Unomásuno
Colaborador

Sistema Nacional de Creadores de Arte SNCA (SC-FONCA)
Fecha de ingreso: 2010
Fecha de egreso: 2010
Miembro dentro del área de traducción

Colección Material de Lectura
Fecha de ingreso: 1974
Sus trabajos y traducciones formar parte